Pautas para la integración de los recursos digitales en la práctica docente cotidiana

Como en su día expresó el creador del término “aldea global” Marshall McLuhan, mucho antes incluso de la generalización en nuestras vidas de las TIC, respecto a que “el medio es el mensaje”, los recursos digitales constituyen en sí mismos una parte esencial de los contenidos educativos, más allá de un mero “adorno”. En la medida en que las características del envoltorio dan forma al contenido (y no al revés), su misma existencia inspira cuando no promueve nuevas formas de enseñanza, las cuales mejoran el proceso y el resultado de aprendizaje.

Ello implica que su conocimiento en mayor o menor profundidad, orienta al docente respecto a las necesarias alternativas que han de introducir en sus formas y en su discurso educativo para mantener el interés, la curiosidad y la adecuación a los nuevos contextos no formales en los que aprende la sociedad, y como parte de ella y de forma reglada los propios estudiantes. Así pues su introducción en el “modus operandi” del profesor es ineludible, no sólo por dar cabida a la necesaria novedad como para mejorar y amplificar el resultado de los métodos tradicionales, sin que por ello estos sobren. Al contrario, unos y otros tienen cabida y se complementan mucho más y mejor de lo que a veces se piensa. Es más, los recursos digitales son sólo eso, recursos, que precisan de un “fundamento” que los dote de un sentido más allá del mero activismo  que por su naturaleza interactiva promueven en sí mismos. Hacer por hacer no sirve de mucho, más bien puede llegar a ser contraproducente si el tiempo que se les dedica no repercute en un verdadero aprendizaje.

En consecuencia, la práctica docente ha de incorporar en la medida de lo posible las TIC, pero ha de hacerlo de un modo consecuente con respecto a una metodología de aprendizaje previamente considerada, en la que se planifique adecuadamente no tanto el qué se quiere enseñar como la forma en la que los alumnos lo han de aprender. Ello significa que, aunque como se ha indicado, la disponibilidad de determinados recursos pueden inspirar algunas formas de enseñanza con sus correspondientes actividades, lo conveniente en la mayor parte de las ocasiones es plantear la estrategia didáctica, considerando en ella la integración de las TIC como un recurso, un medio, y no el fin en sí mismo. El matiz es importante porque, de no ser así, se pueden desaprovechar muchas de las posibilidades que ofrecen las TIC, empezando por la más habituales, las que encabezan “nuestra” particular Biblioteca, esto es, los “Buscadores” en Internet.

No será la primera vez que un docente descubre, no sin asombro, que sus alumnos, considerados como “nativos digitales”, no saben navegar adecuadamente por la red, desde lo que concierne a la  selección de los términos que es más conveniente utilizar para realizar una búsqueda, hasta la imprescindible competencia digital de identificar y seleccionar los contenidos relevantes entre el océano de la información que se puede “pescar”, pasando por el conocimiento y el uso de las herramientas asociadas a estos buscadores, como son las memoria caché o los traductores.

En definitiva, el docente ha de primar la faceta innovadora no solo en lo que respecta a los recursos sino, sobre todo, en lo concerniente a sus estrategias de enseñanza, atendiendo con el mismo interés o más aún a la metodología, esto es, el camino a seguir para que, partiendo de los contenidos curriculares, y contemplando las ideas previas que puedan tener sus alumnos al respecto, acaben ligándose o llegando hasta conectar con sus intereses particulares. Un proceso en el que introducirán dichos recursos digitales y en el que, en cualquier caso, lo que parece que ambos han de compartir hoy por hoy es su dimensión activa, que confiera al discente el protagonismo en el proceso de aprendizaje, y en lo que las TIC ofrecen muchas posibilidades a tenor de su naturaleza eminentemente interactiva. Sabedor, eso sí, de que el recurso va a marcar sustancialmente el estilo de aprendizaje de sus alumnos, en el que los mismos constituyen un elemento motivador de primera magnitud, como en su momento lo fueron los medios audiovisuales en las aulas.

Lo cual invita a realizar una última reflexión respecto a la necesidad de una renovación continua, dado que el efecto motivador que introduce la novedad es limitado en el tiempo cuando esta se torna en algo habitual, evidenciando de nuevo que un recurso sin un contenido igualmente motivador  tiene un efecto relativo. De manera que, si bien es cierto que, como se decía en un principio, “el medio es el mensaje”, por medio no ha de entenderse únicamente el recurso, el envoltorio, sino también y sobre todo, la forma en la que se quiere hacer llegar ese mensaje, en el caso del ámbito educativo la forma de enseñar, sin olvidar que “cada maestrillo tiene su librillo”,  ya sea este impreso o digital.